La estabilidad macroeconómica como precondición para el desarrollo empresarial
Las empresas para desarrollarse de manera sostenida necesitan un ambiente
de certidumbre macroeconómica y de seguridad jurídica. En los últimos años se
ha venido insistiendo sobre todo en la seguridad jurídica, tomando por
descontada la estabilidad macroeconómica. Ella empero raras veces está
completamente asegurada. Se dice de ella que es como la salud, que se la
aprecia debidamente solamente cuando se la pierde.
La estabilidad macroeconómica no se limita al crecimiento del PIB, como a
veces se sostiene en declaraciones de personeros de gobierno. El crecimiento
del PIB no es lo único que cuenta en la prosperidad de las naciones. Es más un
resultado de la estabilidad y además tiene que ser sostenible en el tiempo. Entonces
cabe preguntarse, ¿cuáles son sus componentes de la estabilidad macroeconómica?
Se considera clásicamente tres: 1) una inflación baja; 2) un desempleo bajo; y
3) una balanza de pagos viable. Los tres componentes están interrelacionados y
tomarlos por separado, si bien puede
servir para fines de análisis, es insuficiente. Para apreciarlos debidamente
hay que situarlos en su conjunto.
La inflación tiene efectos negativos reales muy perniciosos porque hace
confundir los movimientos de los precios relativos, lo que conduce a malas
asignaciones de recursos, que terminarán afectando al crecimiento de largo
plazo del PIB. La inflación penaliza también el ahorro financiero y reduce los
incentivos para constituirlo. En consecuencia, produce un crecimiento más lento
que el que se tendría de otra manera. Muchas inversiones planeadas no se
ejecutarán por falta de ahorro interno. La brecha entre las inversiones y el
ahorro interno no siempre puede ser cubierta apelando al ahorro externo, que
con frecuencia es esquivo, tanto por razones que tienen que ver con el país
como por las condiciones de la economía internacional.
La inflación produce también
redistribuciones indeseadas de ingreso, penalizando a los ciudadanos con
ingresos fijos y menos informados. Menos citado, pero no por eso menos
importante, produce un desvío del talento empresarial, lo que implica que hace
que los ejecutivos de las empresas
dediquen su tiempo y sus esfuerzos a la especulación financiera, y a protegerse
de los cambios bruscos de precios, en vez de prestarle atención a la producción. El economista y comentarista de
televisión argentino Juan Carlos de Pablo tenía una manera muy gráfica de
expresar esa idea. Nos dice que cuando la inflación es alta la gerencia más
importante de una empresa es la de finanzas; cuando la inflación está
controlada, la gerencia más importante es la de producción.
Para países como el nuestro, la viabilidad de la balanza de pagos dependerá de que los
déficit en su cuenta corriente no sean demasiado grandes. Con un tipo de cambio
fijo y políticas fiscal y monetaria muy expansionistas, como las que se ha
estado siguiendo hasta ahora en el país,
la moneda nacional se ha sobrevaluado, deteriorando la cuenta corriente.
En cualquier caso, los déficit deben ser tales que puedan ser financiados
externamente, en condiciones razonables, lo que quiere decir con intereses
bajos, así sean de mercado, y con plazos
suficientemente largos. Sin esas condiciones se volvería a repetir la mala
experiencia que ya ha tenido el país con
la acumulación de deuda externa y la crisis que la siguió.
Si la moneda nacional pierde competitividad, se afectará también a las
empresas y al empleo. Se pondrá en peligro al segundo componente mencionado de
la estabilidad macroeconómica. La pérdida de competitividad cambiaria y sus
consecuentes efectos negativos en el nivel de actividad y el empleo puede
impulsar a los gremios empresariales a cabildear por una devaluación. Ese
cabildeo, de manera similar a lo que pasa con la caída de reservas producida
por las expansiones fiscales y monetarias, afectará a las expectativas del
público y puede poner a prueba la determinación de las autoridades monetarias
con respecto a la paridad cambiaria.
La inflación es insidiosa y, al principio se incuba lentamente, para
después precipitarse. Puede parecer controlada porque se la ha anclado a un
tipo de cambio fijo y en precios clave administrados, como el de los
combustibles. Por la desmejora de la cuenta corriente de la balanza de pagos, causada
a su vez por los altos y repetidos déficit fiscales, el Banco Central seguirá perdiendo reservas
internacionales. A la larga, la pérdida de reservas internacionales puede
causar una devaluación catastrófica, seguida también de una inflación
catastrófica. Tenemos la triste experiencia de lo que nos sucedió en el primer
quinquenio de la década de los años ochenta. Llegará también el momento en que
los precios fijados administrativamente tendrán que desembalsarse.
El funcionamiento del crucial sistema financiero puede verse también
afectado por la inestabilidad macroeconómica. Un mal funcionamiento del sector
financiero tiene repercusiones negativas en el sector real de la economía. En
especial, pone frenos a la producción y al empleo. Ya se ha mencionado que la
inflación desalienta el ahorro financiero. Más sutilmente y más lentamente, la
sobrevaluación afecta a la calidad de los préstamos y, en consecuencia, a la
rentabilidad de los bancos. Pero los mayores daños al sistema podrían provenir
de una devaluación catastrófica, la que produciría pérdidas patrimoniales y,
más importante, le originaría problemas de manejo de su liquidez. Esos
problemas se traducirían en restricciones para la otorgación de créditos,
afectando por eses canal a las empresas no financieras.
La inestabilidad macroeconómica puede ser muy destructiva. Es así que recuperar
el PIB per cápita de 1978 nos llevó veinte y ocho años y vientos externos favorables.
Una tarea esencial de los gobiernos es evitarla. El sector privado tiene que coadyuvar, con
las organizaciones empresariales insistiendo en la importancia de mantener la
estabilidad macroeconómica, en el sentido más incluyente de ese término.
Las empresas pueden prosperar de
manera duradera sólo si hay estabilidad.
Cuando no hay estabilidad, los inversionistas o bien adoptan actitudes
oportunistas, en desmedro de un crecimiento sostenido y de buena calidad, o
aplazan la ejecución de sus inversiones planeadas
porque aumenta el valor económico de esperar y no querrán ceder esta su opción.
Autor: Juan Antonio Morales PhDNota: Las ideas y opiniones expresadas en este documento son las de los autores y no reflejan necesariamente la posición oficial de la Escuela de la Producción y de la Competitividad (ePC).
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